DESDE TEHERÁN A BOGOTÁ
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ACTUALIDAD  //  Publicado el 31 de enero de 2020  //  13.00 horas, en Bogotá D.C.

DESDE TEHERÁN A BOGOTÁ

Era el inicio de septiembre de 2008 cuando Hugo Chávez informó al mundo que realizaría una visita a Teherán, donde por entonces gobernaba el ala radical de los chiítas, que tenía a Mahmud Ahmadineyad como cabeza de ese sector y al frente del gobierno, en representación de la teocracía iraní. No era ese primer viaje a la capital persa, el líder bolivariano ya había realizado ocho, antes del anuncio. Era intenso el intercambio de mieles entre ambas capitales, tan distantes en lo geográfico pero no tanto en ciertos empeños ante quienes consideraban y consideran son sus enemigos. Uno de esos empeños había sido hasta entonces silencioso y vertical: el propiciar la penetración bajo sigilo  de la Guardia Revolucionaria del régimen oriental en toda la región sudamericana, vía el brazo operativo del “partido de Dios”, Hezbollah. La operación se había estado haciendo a través de la figura de los agregados culturales y comerciales, además de los pacíficos divulgadores religiosos que visitarían la región con mayor frecuencia, a partir de los nuevos lazos fortalecidos. Todo ello en un marco de encadenamientos de realismo mágico concreto y regional, que tuvo un ápice previo entre muchos desarrollos similares, en la firma de un convenio entre la Argentina e Irán, casi al concluir la década de los 80, para reconstruir una primera planta iraní con reactor nuclear, en Bushehr, bajo dirección científica argentina. Además, con una mampara protectora: la asociación “blanda” y de cooperación con España y la que era en esa época Alemania Occidental.

Escribe: Rafael GÓMEZ MARTÍNEZ

Para las autoridades de Teherán, comprometidas en una lucha mundial contra sus vecinos suníes al igual que también contra Israel y los Estados Unidos, la cercanía de sensibilidad y voluntad política con Caracas fue una oportunidad de oro para el propósito cuyo frente maneja la Guardia, como milicia religiosa del régimen con potestad operativa en el exterior. El interés básico era el abrir un nuevo nicho para la lucha universal en las débiles repúblicas de América Latina. La principal razón del empeño resultaba clara: la cercanía geográfica con Estados Unidos y unas fronteras e institucionalidad porosas en todos y cada uno de los espacios aquí existentes. Para complementar el proceso, allí aparecía Daniel Ortega en Nicaragua y en vigilancia estratégica de la acechanza estaba La Habana. Un cuadro óptimo de conspiración continental. En ese cuadro había antecedentes como el señalado, que daban continuidad y sustento a los nuevos lazos.

La trama se inició durante el gobierno de monarquía fallida que encabezó el sha Mohammad Reza Pahlavi y una asesoría que brindaban los  argentinos, a pedido de los norteamericanos, para que Irán comenzase a caminar por la senda del desarrollo nuclear. Los rioplatenses no solo lo hicieron con los persas, también con los  egipcios y los iraquíes. Caído el sha en 1979 la Argentina siguió adelante, ya no era por ese tiempo una simple asesoría técnica y científica, pues el país sudamericano estaba ya hacia fines de los 70 e inicios de los 80,  en capacidad de manejo científico y técnico completo para la producción y uso de material nuclear. En otras palabras, no solo podía instalar centrales nucleares y producir material de “masa crítica”, sino también si lo decidía estaba en posibilidad de producir armamento de destrucción masiva, nada menos. Eso para el gobierno de los ayatollahs era una sinfonía de  nota superior.

A mediados de los años 80 los acuerdos se fortalecieron. Pero por el camino ya habían ocurrido los hechos violentos contra la embajada de los Estados Unidos en Teherán (1979) y la guerra entre iraníes e iraquíes de casi una década (1980-88) en la que surgieron victoriosos y fortalecidos  los persas. También se produjo la confrontación en Malvinas, además  del regreso de la democracia a la Argentina, en 1983. Entonces, las relaciones de Buenos Aires con el norte de África y el Medio Oriente en lo que hace al apoyo de Argentina a esas zonas el mundo en temas del átomo, comenzaron a ser vistas con sospecha y suspicacias por parte no solo de Washington y Londres, también de Israel. Los gobiernos argentinos, por su lado, trataban ya de comenzar a  desembarazarse de esas incómodas asociaciones, que los condicionaban ante las crisis políticas y económicas recurrentes para el país del Plata.

No obstante, en 1987, el INVAP argentino y el OEAI persa firmaron un contrato por unos 5.5 millones de dólares -uno de tres- porque negocios son negocios aunque arrastren escándalos. El INVAP es el ente civil argentino que había comenzado a orientar lo referente a desarrollos estratégicos en materia nuclear, de balística y posicionamiento espacial, frentes que antes habían manejado los militares y que fue uno de  los cambios fundamentales que trajo la renacida democracia argentina. El esquema imitó lo hecho por el presidente Dwight Einsenhower, cuando les quitó a los uniformados de la fuerza aérea lo atinente a la carrera espacial, y creó la NASA. Fue Carlos Menem, a posteriori, quien se doblegó a las presiones internacionales y de manera abrupta cortó toda colaboración con los iraníes y el resto, en esa suma de situaciones cada vez más delicadas, con la radicalización de la situación en Medio Oriente y el clima de potencial confrontación abierta entre Occidente y la nación persa.

Británicos e israelíes también hicieron presión en idéntico sentido, y obligaron a la Argentina a desistir de concluir el proyecto misilístico “Cóndor”, con capacidad potencial para transportar ojivas nucleares. El resto es conocido: Irán respondió con dos actos de guerra en territorio argentino: los atentados terroristas con bombas en la embajada israelí de Buenos Aires (1992), y perpetrado contra la mutual Amia, en la misma capital argentina (1994). Todo ese giro de perfiles tan trágicos  como barrocos es poco conocido en Colombia, salvo por los escasos expertos en el tema quienes, en general, no han estado en los sucesivos gobiernos recientes. Los mismos que han tenido ojos ciegos y oídos sordos frente al sensible tema, porque aunque se niegue, a este país también le toca.  El famoso episodio del fallido proceso de paz que intentó sacar adelante Andrés Pastrana, con el desaire y afrenta iniciales al presidente de la República, aquel de la silla vacía que tuvo como ofensor al fallecido “Tiro Fijo”, tiene que ver con lo relatado.

La relación preliminar está en la buscada instalación de un frigorífico de carne en El Caguán (cancelado hacia el año 2000) que hubiese servido para la exportación de ganado faenado, sometido al control sanitario y religioso “halal”, el cual en teoría   hubiese podido sacar el producto a Irán y a otros países islámicos.  La sospecha al respecto no se hizo esperar: la planta también hubiese podido servir para resguardar misiles tierra-aire, que las Farc demandaban con ansia, pues necesitaban con ellos poner límite o punto final al asedio de la fuerza aérea y la aviación del ejército, que fue lo que años después los puso en asimetría y los derrotó en el campo de batalla, obligándolos a negociar la dejación de armas. Nicaragua había prometido la provisión de misiles rusos, manejables por un solo hombre bien entrenado. Desechada la intención inicial, no hubo  depósito frío, ni para la carne ni para proyectiles viejos pero sofisticados, que debían permanecer guardados a baja temperatura antes de proceder a su uso (aresprensa). 

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