EL TURISMO YA NO RESISTE |
El aviso de las agremiaciones que son voceras de las distintas ramas del turismo insisten: no es posible sostener el tejido del negocio contenido desde marzo si no se abren compuertas viables en plazos cercanos y certeros. Lo hacen con esperanzas distantes en el sentido de que la ola de contagios decrezca, tanto como para que las autoridades den paso a las autorizaciones de reapertura con la premura que plantea la hora. También con la exigencia de no correr riesgos para que el enemigo invisible no cobre por ventanilla las eventuales temeridades en las decisiones de Estado. Los errores sumarían más víctimas fatales y el costo político es para nada desdeñable en desmedro de quien toma las decisiones cruciales. Los esguinces errados se pagarían más caro de lo que exigen los aciertos, que demoran pero no detienen la subida de la curva. La presión de una economía deshilachada por un lado y la estadística fatal desde el otro borde achican el margen de maniobra y exigen asertividad en lo que falta de tránsito por la crisis y en lo que vendrá en la ahora llamada y distante “pospandemia”. El conglomerado que reúne a los distintos sectores del escenario en el que se moviliza el turismo está más allá de la desesperación y las quiebras ya no son anunciadas ni son un riesgo concreto sino que son evidentes.
Desde el sufrido sector de los servicios gastronómicos hasta el superior de la red del transporte aéreo todos suman desgracias y lágrimas reales, no de máscara especulativa, justificando un reclamo de ayuda para nada menesterosa. Lo que eran buenos pronósticos al comienzo del año muestran ahora cifras por debajo de la línea de flotación. Languidece, en algunos casos sin recuperación posible, el panorama de los puntos de atracción locales y también los internacionales. No se salvan ni Bariloche en el sur del continente como tampoco el apasible Guatapé en el panorama del oriente antioqueño colombiano. Nadie escapa a la imprevista catástrofe que sigue golpeando con fuerza y aún el porvenir venturoso aparece lejano, quizá más allá de lo que queda de este año. Avianca, la que fue aerolínea bandera de Colombia, parece que ya no podrá levantarse del knout out que se impuso desde el submundo viral sobre una empresa que ya venía groggy en sus finanzas y por otros problemas internos previos.
Otras aerolíneas están en situación similar y la encopetada Lufthansa tuvo que recibir un auxilio de los fondos públicos alemanes, al tiempo que el gobierno de Berlín se hizo con al menos un 20 por ciento de las acciones de la compañía en dificultades. Es apenas un estridente aunque mínimo ejemplo de lo que está ocurriendo en el mundo del transporte aéreo, aun cuando no en todo el planeta las restricciones aéreas son completas. Estados Unidos ha mantenido un buen margen de frecuencias en los vuelos que estaban programados antes de que se expandiera la peste. El universo de los cruceros marítimos es otro de los escenarios más golpeados, en este caso sobre las olas que alguna vez fueron apacibles. En el inicio del drama no pocos de estos buques dedicados al placer que pueden ofrecer tanto la tecnología de punta como la noción del buen vivir, sirvieron de sitio de confinamiento para los contagiados a bordo, quienes por un tiempo quedaron al garete.
Así, lo que fue placer se convirtió en suplicio agravado porque en los puertos de recalada no se permitía el anclaje y los gigantescos buques llevaban a los infectados a ninguna parte. Si bien la pesadilla terminó varias semanas después del impacto pandémico inicial, la imagen de esos buques fantasmas que mantenían por fuera la evidencia de su esplendor y su promesa de lo bueno del mundo, por dentro sostenían sin rumbo lo dramático que el hombre no puede controlar, como contraste insoslayable de una promesa feliz pero truncada en coyuntura. Al menos un número cercano a la decena de buques de recreo extremo, en el inicio de la contingencia, quedó en esas condiciones de exclusión también extrema y tan solo Nicaragua, por su cuenta y riesgo, asumió el hacer excepciones en sus puertos. La referida imagen de cuarentena medieval impuesta por la autoridad golpeó el subconsciente y será otra forma de resistencia para que quienes decidan emprender una excursión sobre el mar, cuando la marea negra descienda.
En los ires y venires de lo que se plantea, la idea de recomenzar vuelos restringidos en Colombia choca con la reticencia de las aerolíneas que, al borde de la desaparición o en proceso de caer en ese abismo, no consideran rentable alzar vuelo con las restricciones que por razones de salud imponen tanto los gobiernos como el sentido común. Eso puntual tiene un marco similar de complejidad en lo que se plantea para la industria hotelera y mucho más allá de ambos segmentos comprometidos, que son básicos para el pie en tierra del resto de la industria. Un cálculo aproximado y oficial señala que unos 35 mil bares y restaurantes ya cerraron sus puertas en el país cafetero. Una cifra sideral si se considera que el promedio de estas fuentes de giro económico y de trabajo tiene en tiempos normales una capacidad de empleabilidad que oscila entre 7 y 15 personas, cuando es un establecimiento de dimensiones medianas.
Cada una de esas personas representa a una familia al menos y el servicio a domicilio apenas acumula un movimiento que no alcanza al 20 por ciento de lo normal y acostumbrado para sostener la supervivencia del negocio. En la suma y en retorno a la referencia de los barcos, debe señalarse que aún hay un centenar de buques entre los destinados al recreo y otras finalidades del intercambio mundial. Dan vueltas por los océanos buscando que tripulaciones y algunos pasajeros circunstanciales puedan desembarcar. Esos tripulantes son ahora en particular los que deben soportar un víacrucis sobre el agua. Son hombres y mujeres que no pueden, como ocurre en la narración religiosa, caminar sobre las aguas. Ellos integran los grupos de empleados de las navieras que sirven a quienes suben al barco en plan de disfrute y conocimiento. Es la masa crítica que estimula el negocio de los cruceros. Esos que sirven las mesas, preparan los manjares a bordo, limpian piscinas y cubiertas, además de armar los programas de entretenimiento para los excursionistas. Son los que hacen que el turismo sea lo que fue hasta hace poco (aresprensa).