FRANCISCO, EL BUENO |
ACTUALIDAD // Publicado el 27 de abril de 2025 // 20.45 horas, en Bogotá D.C.
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Partió a su patria definitiva el Papa de Iberoamérica, al tiempo que conductor espiritual de los más de mil 400 millones de católicos del planeta e incluso de los demás cristianos. Esto porque Francisco trató de unir a todos y eso fue parte de su tarea inconclusa por la partida. Ahora, poco después de su muerte se reconoce la incidencia de su misión pastoral mundial y la necesidad de que esta se continúe, en sociedades agitadas por la incertidumbre y el temor de la extensión de conflictos locales que podrían generalizarse en una hecatombe absoluta. Tuvo adversarios radicales a su apertura y propuestas de inclusión, pero como jefe de la Iglesia, que acaba de fallecer, entendió que era necesario modernizar y adecuar a los tiempos la institución milenaria que dirigió durante más de una década. Llegó con la encomienda de hacer reformas en la Institución que guiaría como monarca, que en verdad es un Papa. Uno de esos cambios que se esperaba fue el de cambiar las grises finanzas del Vaticano y los vínculos con círculos mafiosos, no solo de Italia. Los migrantes, las minorías de género, la protección de madres, niños y ancianos, además la ecología fueron también centro de atención reformadora del papado que acaba de concluir.
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Escribe: Néstor DÍAZ VIDELA
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Lo reconocen ahora como el Papa Bueno, incluso por parte de aquellos que en su momento lo estigmatizaron al máximo y a quienes perdonó, en actitud sincera más que como expresión política de circunstancia. Entre estos últimos están, quienes en su país de origen pretendieron torcer el destino de la obra papal. Cristina Fernández, la expresidenta, fue una de esas conspiradoras, así como los integrantes de la perversión de aquel peronismo original que hoy se conoce como kirchnerismo. La muerte del Pontífice el primer día de Pascua da lugar a muchas especulaciones curiosas: Resurrección y muerte en sucesión entre ellas. También llama la atención la despedida de su pueblo en la víspera de la fatal jornada y la evocación de un escritor, Morris West, quien a fines del siglo anterior predijo la llegada de dos papas no italianos: uno de Europa Oriental y otro argentino, que renunciaba en el cónclave. Así fue, en el cónclave que eligió a Ratzinger con el apoyo de los cardenales que votaron por Bergoglio, por pedido expreso de quien sería Papa a posteriori.
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Queda Francisco entre nosotros y en memoria al igual que en presencia, porque entra en el panteón de los inmortales por argumentos irrefutables y merecidos. En tal sentido debe considerarse al Papa recién fallecido como un revolucionario en serio y no de pacotilla, como tantos que abundan en esta América. Se propuso a sí mismo como Pontífice reformador y asumió esa tarea que todos, incluidos los cardenales que lo eligieron, sabían que emprendería para intentar refrescar una cara de la Iglesia que se advertía manchada por los escándalos graves de diversa índole. Esto desde lo económico hasta lo más peligroso que es el abuso de menores en diferentes comunidades donde la Iglesia tiene presencia, que es en casi todo el orbe. Lo hizo con discreción suficiente como siempre ocurre en el interior de esta institución religiosa, atendiendo y sacando a luz las quejas al respecto que sus antecesores no habían querido o no pudieron disolver. Fue una labor dura persistente, necesaria sí, aunque jamás suficiente. La labor de depuración que se emprendió quedó inconclusa aun cuando fue profunda.
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También tendió su mensaje de misericordia a las minorías excluidas de la Iglesia, incluso por la misma Iglesia, en tiempos de una puesta en presencia de aquellos que rescata o rescataba desde hace décadas la llamada cultura “wok”. Una corriente ahora atacada por los nuevos factores de poder mundial, que con frecuencia apuestan por caminos autoritarios y de imposición no siempre democrática. No fue una apuesta por el pobrismo, sino que puso de relieve la potencialidad de los pueblos por encima de las carencias que erosionan con frecuencia persistente tanto la autoestima como la dignidad de grandes sectores de la población. Fue en su juventud argentina consejero espiritual de la organización Guardia de Hierro, en un país que buscaba el regreso del ex presidente Juan Perón. Esa organización fue una de las que promovía ese retorno del líder justicialista y estuvo muy ligado a uno de sus principales dirigentes, Juan Grabois. Esta entidad estaba opuesta a la violencia terrorista de la guerrilla, en tanto organizaciones armadas al margen de la ley.
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En igual sentido se opuso a la llamada Teología de la Liberación y planteó la Teología del Pueblo, opuesta a toda forma de violencia, más no a que los jóvenes hicieran “lío”, tal como lo dijo y estimuló en ese sentido frente a los jóvenes del mundo en su visita a Brasil. Fue un estímulo a la creatividad disruptiva propia de los jóvenes, nunca a la violencia disolvente que enarbolaron algunos sacerdotes en los años 60 y 70. Entre ellos hubo religiosos argentinos y de otros países del continente. De igual forma rechazó la corrupción que campea no solo entre los iberoamericanos y, sobre todo, con aquellos que se muestran como corruptos en los países de la región. Esa fue una de las causas por las que no quiso retornar a su Argentina natal, aunque es seguro que lo deseó de manera ferviente puesto que jamás dejó de identificarse con la marca cultural de su país y su ciudad de origen. Fue un porteño de buena ley y jamás intentó disimularlo cuando como Papa debió jugar un papel universal. Fue hincha indisimulado del tango y del club de fútbol, San Lorenzo.
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La Teología del pueblo, que enarboló con discreción y fortaleza el Papa que acaba de partir a su última morada, se tomó del pensamiento que propuso el oriental montevideano Alberto Methol Ferré. No de manera integral, aunque debe señalarse que la propuesta política de la “comunidad organizada” planteada por Perón para la Argentina en los años 50, tiene elementos del esquema de Ferré. Esto sin olvidar que en ese proyecto peronista articulado en la Universidad Nacional de Cuyo, hubo una fuerte intervención de los jesuitas. Esto último pareciera señalar diferencias y afinidades parciales de Francisco con el verticalismo justicialista del fundador de esa parábola política. De igual manera, aunque fue un abanderado del diálogo interreligioso y de civilizaciones buscó, con todos sus reclamos concretos y espirituales, parar el genocidio que tiene lugar en Gaza. Eso creó una evidente tensión entre el Vaticano y la autoridad israelí, que quedó evidente en la demora de Israel en brindar a la Santa Sede el pésame pertinente.
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También hubo baches que ameritan las críticas persistentes hacia su legado, con bastante carga de cizaña, que pretendería atenuar la huella y doblar la vara alta que dejó el Papa fallecido. El trivializar el crimen de unos humoristas creadores de la revista parisina Charlie Hebdo, por parte de terroristas de oportunidad, se mantiene luego de más de una década del traspié. Una cierta mano de terciopelo hacia las satrapías latinoamericanas de Cuba, Nicaragua y Venezuela, también tiene y mantiene la opinión adversa hacia Francisco. Lo mismo ocurre en el trato y dispensas que prodigó hacia el boliviano Evo Morales, al tiempo que también con Cristina Fernández y otros personajes funestos del aún vigente kirchnerismo argentino. Esto de los errores muestra que el lado humano de los papas no es infalible. Queda en el marco de las incógnitas aún no resueltas, la información que recibió esta Agencia desde círculos cercanos a Washington, en el sentido de que en septiembre de 1915, mientras Francisco estuvo de visita en Cuba se habría reunido en secreto máximo con el Secretariado de las colombianas y hoy disueltas Farc (aresprensa).
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