IDIOTARIO DE GUSTAVO PETRO
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ACTUALIDAD  //  LA TERCERA OREJA  //  Publicado el 01 de marzo de 2025  //  22.30 horas, en Bogotá D.C.

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Hace tiempos que esta Agencia no vestía sus páginas con su tradicional idiotario. Ya habían pasado por este programa Nicolás Maduro, Cristina y Alberto Fernández, entre otros, todos con suficientes méritos. Ahora, con tardanza, le toca el turno a Gustavo Petro, el mandatario colombiano también con abundancia de laureles, tantos o más, como para engalanar esta destacada columna de la Agencia. Honores para el nuevo invitado quien muestra sustento de sobra, razones y sinrazones para que se le abran las puertas y se luzca en el espacio como emérito del idiotario. En otras circunstancias Petro no sería otra cosa más que un ciudadano con desvaríos y un testuz muy duro, como lo son en general aquellos con similares ideas en el enfoque ideológico. Pero en este caso se trata del presidente de un país incendiado y en retroceso, también por los embelecos de visión empobrecida y retrógrada. Petro entonces, acredita su grado, es una incógnita si tiene otros, con suficiencia para estar presente en el idiotario. Flota en el aire, alrededor del presidente colombiano un mesianismo con efluvio de madrugada alterada frente a las realidades que golpean. Pareciera también que Petro aún no se ha enterado que existió un pensador francés llamado Edgar Morin, quien abanderó en Occidente eso que en símbolos está en la bandera de Corea del Sur, se llama ying yang, como ancestro del pensamiento universal, en términos de principio de “no contradicción”.

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El último Aureliano. Una evocación literaria cargada de mesianismo frente a las realidades contra las que se estrella el mandatario colombiano y, también, en contra del pragmatismo político y económico despiadado, que es propio de los gringos y en general de los sajones. Una testarudez que lo lleva estrellarse contra la pared sin que esas duras experiencias lo amilanen. Es dura la pared y también es dura la cabeza. Se descifra así que es difícil, después de más de cuatro siglos de irrupción de esa corriente histórica que se ha llamado Modernidad, el aceptar que un enfoque ideológico que tiene sesgo de memoria religiosa se imponga con desparpajo en razón de estado que trata de seguir a medias dentro de ese modelo y, al tiempo, ser respetado por propios y foráneos por su apego a una democracia que, como el capitalismo, es propio de la aludida Modernidad. De igual manera, será difícil imaginar que el presidente Trump, recién estrenado en su nuevo mandato, pudiese entender de qué hablaba el presidente colombiano en su berrinche de amanecida.

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No hace más daño la cocaína y la marihuana que el whisky y el cigarrillo. Ya no sabe Petro cuál es el argumento a tomar para atacar al odiado capitalismo. Supone el presidente colombiano que incluso toda la parábola moderna, que incluye los procesos de acumulación, es en realidad una suerte de conspiración cósmica. Tal como lo entendía el nacional socialismo en su fase esotérica. Pero Petro no sabe algo de esto y supone que “los nazis” son otros. Como elefante en cristalería, manifiesta en público dislates con pretensión de conocimiento. Tiene razón, al tiempo, en seguir adelante con la tendencia ecologista radical, la propia de la cultura woke. No se equivoca en el fin, pero sí en los medios y llena de bruma el horizonte que pretendería alcanzar. Debería estar enterado, si quienes lo rodean fuesen menos ignorantes que él, que fue durante el Tercer Reich que se prohibió el cigarrillo y que Berlín solo lo admitía para los hombres que combatían en el frente de guerra. Además, Petro parece odiar a los judíos, tal como lo hizo aquella parábola política alemana que terminó en tragedia colectiva para los propios y para todos los demás.

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LA DIALÉCTICA DEL SUBDESARROLLO. La pretensión de conocimiento que despliega a menudo el presidente colombiano merece la impugnación para tienen una mirada solo algo más sofisticada, pero sin pretensiones. Eso nada más, no hace falta otra cosa que sindéresis. A propósito, la dialéctica hegeliana tiene raíz griega y pasa por la visión tomista para terminar en la filosofía continental europea, en plena Modernidad. Hegel retoma el pensamiento clásico y Karl Marx, también lo toma como parte de sus apreciaciones sobre la organización de lo social, en la que también incluye la variable trabajo como evolución de la noción griega de lo inductivo. Pero la dialéctica como categoría de conocimiento no es solo disolución de un polo opuesto, de la misma manera que la dimensión “materialismo” no se refiere solo a la masa visible y concreta, sino que también es enfoque de conocimiento. La concepción dialéctica guarda, en tanto, no solo la oposición entre estructura y subalternidad sino además la complejidad del tercero incluido, superador y no disolvente. La dialéctica de Petro no es otra cosa que la dialéctica de la subjetividad propia, la del subdesarrollo, en lo que hace a pobreza.

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EL DESPRECIO A LA MUJER. Las diferentes formas de desprecio al género femenino han sido reiteradas durante el mandato Petro en torno del ritmo de ranchera mexicana y de machismo irrenunciable. Esta perversión no solo es propia del propio presidente sino también algunos de sus alfiles principales. Eso es público, de tal forma que si alguien debería cambiar es él mismo, sin más espera y sin cinismo. Pero la inflexión en la escala de valores ya aparece natural en un Petro que no escarmienta. Es probable que tampoco pueda hacerlo por aquello de las limitaciones del burro viejo. Eso de que “las enfermeras del M19 atendían a los soldados heridos con el amor”, por sus atributos físicos, es no solo un dislate de marca mayor, mucho más cuando lo lanza un presidente, sino que es una forma aviesa y brutal de trivializar la tragedia de la guerra y una forma de considerar a la mujer como un objeto. Es una vergüenza, tanto como lo es el traer de vuelta a la realidad la bulimia de expresar satisfacción por haber sido cuadro de un grupo terrorista. Los crímenes del terrorismo no pueden ser bandera de satisfacción sino razón de condena simbólica y de memoria inalterable.

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BUENO ES EL NO EXPORTAR. Durante la confrontación verbal con la administración del presidente Donald Trump, el jefe del Ejecutivo colombiano llegó a espetar que, si Colombia quedaba por fuera de los países exportadores a los Estados Unidos y se caía el Tratado de libre comercio con la potencia hegemónica, eso sería positivo porque habría para el país andino “más café y bananos”, que es parte de lo que se exporta al norte del Continente. Lo que parece una charada o un desvarío agregado no sería otra cosa que desastre y tragedia por el grueso de los trabajadores del país y para sus familias. El país cafetero tiene con los Estados Unidos un intercambio anual superior a los 50 mil millones de dólares, que se suman a lo exportado también en petróleo, cuya explotación el actual gobierno colombiano pretende cancelar con bastante éxito y sin transiciones. Se perderían además unos 500 mil empleos, en no pocos casos de madres cabeza de familia, tal como ocurre con la venta de flores al país del norte. Colombia también se beneficia con la visita de casi un millón y medio de visitantes norteamericanos hacia los destinos turísticos que ofrece Colombia. Es esta una puja que, guiada por la idiotez del sesgo ideológico, pone en riesgo a los más humildes (aresprensa).

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