LLUVIA NEGRA SOBRE BUENOS AIRES
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ACTUALIDAD  //  DOXA  //  Publicado el 23 de septiembre de 2024  //  20.45 horas, en Bogotá D.C.

En los primeros días del mes que está por concluir una espesa neblina cubrió los cielos de la capital argentina y de varias provincias del litoral que limita con Brasil, Paraguay y las del norte. Algunos comentaristas de medios masivos en este país bautizaron al fenómeno como “lluvia negra”, evocando una película que relató lo sucedido después del bombardeo nuclear sobre Japón. Una comparación que parece exagerada a simple observación pero que evoca en metáfora un eventual hundimiento irreparable para el planeta tanto por la catástrofe ambiental, que ya golpea, como por las consecuencias que traen aparejadas para la biomasa estas alteraciones en las que hay responsabilidad humana. En efecto, porque lo sucedido sobre el territorio argentino y los países aledaños tuvo que ver con las actividades de explotación y quema de foresta en el territorio amazónico, en particular en los espacios que cubre el oriente boliviano y el contiguo brasileño, ya en plena Amazonia. Desde Buenos Aires y desde las provincias que limitan con Brasil y Paraguay, se ha indicado que el amplio territorio bajo amenaza de fuego o en proceso vigente de devastación por incendios, cubren más de 60 por ciento de esa suerte de “tierra de nadie” que es la Amazonia, hoy bajo soberanía simbólica de los estados que la componen, incluidos los ahora impactados de forma directa por las llamas.

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La búsqueda de espacios para la pastura de ganadería y la minería ilegal sobre terrenos vírgenes o con explotación limitada, exigen la quema de los bosques originarios y, con ello, no solo la pérdida de biota básica sino fenómenos delictivos y de migración de población vulnerable. Los garimpeiros o mineros artesanales contribuyen a la dramática crisis, no siempre con la quema, pero sí con la contaminación de los cursos de agua y con el daño parcial en lo que hace a deforestación. Se calcula desde fuentes oficiales de Brasilia que unas dos mil personas hacen minería ilegal, en procesos a veces “golondrina”, en términos migratorios. La búsqueda de oro es la motivación en estos casos, pero también van hacia los minerales raros como el que de manera no científica se denomina “coltán” y otros como la casiterita, el nobio y el tantalio. Estas riquezas son exigidas por industrias tecnológicas de punta como las electrónicas y las vinculadas con la medicina. Estos elementos componen lo que se llaman “tierras raras”, que Brasil comparte con casi todos sus vecinos amazónicos.

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Entre esos vecinos está Venezuela con un especial protagonismo, pues una buena parte de la explotación y el tráfico de esas riquezas las maneja y trafica la organización armada ilegal colombiana autodenominada ELN (Ejército de Liberación Nacional), que realiza esta práctica con la aceptación por debajo de la mesa del gobierno de Miraflores. La descripción no es gratuita sino gráfica en el sentido de que el conjunto de estas intervenciones que tienen como víctima a lo que suele llamarse el “pulmón del mundo”, no es solo un hecho aislado ni limitado al sur amazónico que comparten dos países, sino que es extenso y cubre toda una superficie de 850 millones de hectáreas, en el corazón amplio de Sudamérica. Es por eso que la “lluvia negra” no puede considerarse un hecho aislado y casual, sino que es una situación de impacto global, además de continental. Esa figura que se usó en el Cono sur para trazar una metáfora del fenómeno provocado por mano humana, hace remembranza tal como quedó dicho, del filme clásico que lleva ese nombre.

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Se trata de una película de fines de los años 80, en la que un viejo integrante de la yakuza japonesa hace alusión personal del primer bombardeo con armas nucleares y de sus consecuencias cuando el residuo radiactivo que se precipitaba tocaba a las víctimas. Nada más ajustado a la tragedia que hoy se vive en la Amazonia. Es una situación fatal que no llega sola, sino que tiene su eje político interno, al menos en Brasil. No falta quien asevere que los incendios están provocados por los partidarios del ex presidente Jair Bolsonaro para afectar la gestión del actual mandatario, Lula da Silva. Esto con la intención de ganar votos hacia las próximas elecciones presidenciales, previstas para 2026. Por lo pronto, el gobierno del Planalto ha señalado que hace esfuerzos para poner contención a las llamas y cuenta con la ayuda de drones que servirían para detectar los focos de incendio y para poner en razón a eventuales causantes de la tragedia. Este último agregado a que las fuentes oficiales indican que no se descartan manos culpables con intención política implícita.

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El tema crucial y la crisis consecuente, no terminan ahí. Es un hecho que el cambio climático ayuda a los conspiradores, si los hubiese, En el origen del alto río Amazonas, que los brasileños llaman Solimões, causa preocupación la carencia de caudal, tanto como para que los pobladores de la región que comparten ribera entre brasileños, peruanos y brasileños, señalen que el curso en su tramo inicial “está seco”. Una manera de expresar que no está con los niveles acostumbrados de agua y que las circunstancias son críticas. Si bien las cosas son diferentes más de mil cien kilómetros al oriente, sobre Manaos, lo que ocurre entre Leticia y Tabatinga como ciudades fronterizas es de alta preocupación para las autoridades locales. El conjunto de circunstancias tanto climáticas como provocadas que impactan esta región crucial para el mundo plantea una posibilidad regional e incluso global de medidas de auxilio y control, tanto incluso como para doblegar la política estratégica de Brasil en el sentido de no permitir que los extraños intervengan ensuAmazonia.

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El año pasado en Belem do Pará * se realizó un encuentro que fue escenario para abordar la crítica situación que es un más un más allá de una circunstancial precipitación pluvial contaminada. Nadie podría creer que, como afirman las autoridades brasileñas, son apenas unos dos mil garimpeiros los que golpean, entre otros protagonistas, a esta foresta tropical. Los expertos no oficiales en estos temas indican que el número que da el gobierno sobre esa forma de minería improvisada e ilegal, debiera multiplicarse al menos por siete. El suelo de la selva amazónica que se extiende además por la Orinoquia colombo venezolana es ácido, no apto para una explotación intensiva y para otras formas de intervención con intención comercial, como la minería. La desaparición de un pedazo del territorio sensible, puede tardar varias centurias en recuperarse si es que esto pudiese realizarse. Lo debatido en Belem do Pará podría ser una sinfonía de buenas intenciones o lo inverso, si la decisión política al respecto se convierte en un tema serio de Estado o de múltiples estados, porque queda en claro que nadie está a salvo de esta otra lluvia negra (aresprensa).

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EL EDITOR

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