PUTIN, UN CUARTO DE SIGLO
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ACTUALIDAD  //  Publicado el 26 de enero de 2025  //  20.30 horas, en Bogotá D.C.

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Pasó bastante inadvertida en esta parte del mundo, si se quiere de agache, el hecho de que hace menos de un año Vladimir Putin inició su quinto mandato al frente del Kremlin. Ya ha alcanzado este mandatario un cuarto de siglo de vigencia y no hay signos de que esa prolongada línea de gestión vaya a interrumpirse en el inmediato futuro. Diferente a lo que podría ser una opinión generalizada, el encargo del país al líder ruso es más cercano a lo que fue el zarismo más destacado que a lo realizado por los secretarios del Partido en la desaparecida Unión Soviética. Dentro de la mitología histórica de la Rusia clásica Putin podría asimilarse, salvando diferencias obvias, a lo que fue Pedro el Grande o Catalina. Autoritarismo sí, dictadura quizá también, pero con cierto barniz democrático para nada semejante al occidental. Detrás de esa tradición está la noción y mitología de la Gran Rusia y su vocación expansionista. La diferencia entre ambas y en este caso, es que la vocación imperial ya es ahora mundial y no apenas continental, tal como lo fue en tiempos del zarismo. No es necesario mirar un mapa para entender esto y sí en el mejor de los casos el repetir que en la señalada mitología está la idea de que Rusia es una suerte de tercera Roma, heredera de Bizancio. El águila bicéfala imperial ha renacido y está presente en las ceremonias oficiales para demostración del aserto que va más allá de lo simbólico.

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Escrite: Rubén HIDALGO

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La guerra ha sido uno de los ejes de la popularidad de Putin, otro eje fue el de una economía que cualquiera sea la dinámica de bajas, subidas y mesetas que ha sufrido el rublo, ocurridas en estas dos décadas largas, no han sido desfavorables para la gente de un país en el que su población ha tenido presente la pobreza ancestral. Lo cierto es que Putin les devolvió a los rusos el orgullo perdido luego de lo sucedido en Berlín al despuntar la última década del siglo pasado. La disolución de la Unión Soviética y la miríada de países que reclamaron autonomía e independencia luego del derrumbe, hizo caer también la noción del ruso común en el sentido de que eran ciudadanos de un país imperial y potencia destacada en el mundo. Una tradición que desafió la miseria de generaciones y las consecuencias de confrontaciones largas y sangrientas en las que Rusia salió victoriosa. Fuesen primero los mongoles, los turcos y después franceses, suecos o alemanes, los sacrificados rusos salieron victoriosos. Pero lo de 1989 fue diferente.

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Putin trató de revertir el sentimiento de frustración de los rusos y el de que fuesen tratados como menores de edad, subordinados a ese Occidente que aprovechó siempre su participación ante los riesgos mundiales con el sacrificio agregado, devolviendo Occidente después el olvido, negación y la marginación histórica. En lo inmediato, el cerco a Rusia fue diferente y efectivo, las revoluciones de los años siguientes fueron desgajando el imperio que había iniciado Iván “El Terrible” y que había tomado forma sólida con Pedro “El Grande”, afirmándose con Catalina. Nada pudo hacer esa Rusia que hasta ayer había competido en la Guerra Fría por una preeminencia, que era ideológica y política, con raíces profundas en la historia. Todas las invasiones que sufrió el extenso país desde el tiempo de los mongoles y de las confrontaciones con los turcos, llegaron después desde Occidente. Arrancaron los suecos, con Carlos XII, hasta los franceses con Napoleón y los alemanes con Hitler. Todos apostaron al debilitamiento de la “Madre” y lo ocurrido después de la Guerra Fría no fue diferente.

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Debilitar o desgajar a Rusia, que es lo mismo por diferentes caminos, ha sido un objetivo evidente y en parte a esa idea y propósito se opone toda la política exterior de Putin, al tiempo que es en buena medida parte de la popularidad interna de la que ha disfrutado, al menos hasta la guerra que desató Moscú en Ucrania. Casi toda la acción del Kremilin y de quien lo conduce ha estado dirigida a recuperar el metarrelato tradicional y reafirmar la obsesión de una Rusia victoriosa e indestructible, dispuesta a los mayores sacrificios contra aquellos que, se supone, han pretendido avasallarla. No debe olvidarse que durante la gestión del presidente George Bush senior y de una Rusia en trance de desgarramiento, la debilitada nación imperial propuso integrarse a la alianza occidental. Una proposición que hoy aparece disparatada, pero coherente en su momento con la situación internacional de entonces. Antes, apenas iniciadas las tensiones con Occidente en la década de los años 50, se hizo la primera señal rusa en favor de la alianza rechazada. El Pacto de Varsovia fue la respuesta al rechazo entre quienes habían sido aliados en dos guerras mundiales.

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Pero no toda esta prolongada respuesta de Putin para recuperar la autoestima rusa y disuadir tanto a sus adversarios vecinos como transatlánticos, puede ser un acumulado para considerar a Rusia una víctima sin más. Nada de eso, también debe ponerse en relieve la figura de un mandatario que ha hecho de la guerra su herramienta para hacer efectivo aquello de que la confrontación armada no es otra cosa que la política por otros medios. Ese remedo de Nicolo Macchiavello también se refuerza en lo que hizo en su momento el Führer del Tercer Reich. Aquel país cercano del centro europeo que tuviese población de habla alemana le daba al Berlín nacional socialista, el “derecho” a reclamarlo como territorio propio. Eso lo aprendieron de manera compulsiva o violenta checos y polacos, además de austriacos, cerrando el círculo que abrieron los prusianos de Federico y el propio Bismarck. Eso es lo que hizo ahora Putin con Ucrania y el Donbass, además de la Crimea que les arrebataron a los turcos Catalina y el almirante Potemkin.

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Las guerras que emprendió Putin desde el inicio de su mandato ya distante en el tiempo, se llevaron por adelante a Chechenia en dos guerras sangrientas y con la brutalidad “allá rusa”, tal como la historia señaló que llevan adelante quienes visten el uniforme de ese país, sin importar cuáles sean los cambios de régimen. Pero no solo fue ese país de minoría musulmana el que fue doblegado por el peso de la maquinaria de guerra del Kremlin, durante el periodo en el que Putin ha decidido los destinos de la Federación. En 2008 Moscú intervino en el conflicto interno entre georgianos y osetios, divididos en lo histórico y étnico, aunque ocupando espacios territoriales que Georgia entendía como propios, antes de la desintegración soviética. La hegemonía rusa se mantuvo e impuso en el área. Entre 1994 y 1999 tuvo lugar el genocidio de Chechenia. Rusia hizo allí un nuevo ajuste de cuentas con un pueblo que había coqueteado con el Reich en los años 40. En el 2014 los soldados del Kremlin retornaron a la península de Crimea, precedente de lo que ocurrió en 2023. Los rusos también intervinieron en el conflicto entre azeríes y armenios, dos años atrás (aresprensa).

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